La Carta de la Semana (8/9/2017): "LO QUE VISTO, PLACE"

En la historia de la filosofía podemos encontrar autores que han intentado definir lo "bello", lo estéticamente hermoso, usando de la razón y de la capacidad de percibirlo. Propongo como título de esta reflexión la definición aristotélica de belleza. Es sencilla y clara, es breve y profunda. Bello es aquello que visto por el espectador, le gusta espontáneamente. Parménides había anticipado en su definición la consideración de que lo bello no era otra cosa que "el esplendor del ser íntegro y proporcionado". Es otra forma de poner en relación lo hermoso y el gusto, el buen gusto, el agrado de los sentidos...

También ha habido quienes han dado una vuelta de rosca más profunda indicando que lo estético no sólo tiene que ver con el sentido de la vista y la proporción de lo real, sino que el arte debe dialogar también con las emociones. Que el arte debe emocionar. Y que no siempre la emoción se vincula serenamente con los visiblemente estético. El arte también posee la capacidad profética de denunciar, de provocar, de ofrecer un discurso estático que lo haga poseedor de una ocasión de transformación de la realidad. No es mala esta posibilidad, porque busca, por otros caminos, más difíciles de vadear, el bien común y el progreso de los pueblos.

Pero lo que sí considero incompatible con el arte es el mal gusto, la destruccion de los valores, el insulto, la proclamación de la discordia como eje vertebrados de las relaciones interpersonales, el rechazo del otro y de sus adhesiones culturales y espirituales... Eso, por más que nos lo propongan, no construye el bien comun, no desarrolla la capacidad contemplativa humana de bien y de verdad. Dañar no es nunca arte. Ni siquiera revestido de humor. Porque la diferencia entre la ironía -que hiere y lastima- y el humor -que sana y que cura- está en el bien de los demás.

No nos sobraría a los ciudadanos que los responsables de la promoción de la cultura de los pueblos leyeran un poco más a los clásicos de la Filosofía. Que no tuvieran miedo a decir sí y a decir no, a distinguir el trigo y la paja, en la inmensa galería de ofertas estéticas en la que habitamos. No todo lo que de puede hacer, estéticamente hablando, se debe hacer éticamente hablando. Como no todo lo técnicamente posible es humanamente coherente. Decir no, no es impedir la libertad y los derechos de expresión y la libertad artística. Decir sí y decir no es precisamente la oportunidad de vincular la libertad al bien y la verdad, de ejercer la libertad, que reconocer en el arte el camino de la salud del bien comun.
Y el que tenga oídos para oír, que oiga.


Juan Pedro Rivero González
@juanpedrorivero

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