La Carta de la Semana (21/07/2017): "LA TIERRA PROMETIDA"


Las cosas no suelen ser como esperamos. Aquellas situaciones que imaginábamos exitosas se convierten en situaciones generadoras de frustración y sufrimiento. Y otras que imaginábamos nocivas y dolorosas se combinan de tal modo que resultan fértiles para nuestro bien. ¿Qué queda de aquella ilusión con la que nuestros mayores se embarcaban rumbo a Venezuela habiendo escuchado la voz de invitación de otros que reconocían aquella tierra como un lugar de promesa y futuro? ¿Qué queda de aquella tierra prometida? Las cosas no son como esperábamos que fuesen.

Independientemente de dónde estén los culpables de la situación presente, lo que la situación nos enseña, entre otras posibilidades, es que el ser humano tiene la capacidad de rehacerse de las más duras situaciones y, a la par, que cualquier situación no es definitiva, puede mejorar o empeorar porque lo definitivo está tras la frontera de lo eterno.

Después de la misa de 8:00 de la Catedral le pedí a un camarero un café con leche. Su voz sonaba a venezolano. Lo confirmó tras mi pregunta. Un muchacho, hijo de emigrantes, casado y con dos hijos en Venezuela, que aprovechando su condición de español ha venido a trabajar para poder traerse a sus hijos y a su esposa. Sus padres no quieren volver porque tienen allá sus negocios y bienes materiales. Le dicen «¿Cómo vamos a dejar todo lo que nos ha costado edificar acá?». La reflexión del camarero me pareció increíblemente extraordinaria. «Si las cosas se pierden, se pueden recuperar; es la vida lo que no se recupera si se pierde». Y allí estaba, haciendo un bocadillo de pollo para otro cliente que acababa de entrar…

Las cosas se pueden perder. Las cosas son cosas. Se usan. La vida es lo definitivamente importante. El bien de la persona. Eso se aprende con la experiencia de la vida. No hay universidad que nos gradúe en ello; no hay profesor doctorado en esta disciplina. Un camarero puede ser el más elocuente egresado sobre el valor de la vida y la relatividad de los bienes materiales.

La tierra prometida se puede convertir a dos vueltas de rosca en tierra de dolor y sufrimiento. Y la tierra empobrecida se puede convertir en el espacio de salvación de quienes regresan sin cosas y con vida. Vidas adiestradas en el valor de lo eterno, y con capacidad de enseñar a quienes ponemos nuestra seguridad sólo en los bienes materiales.

A la vuelta de la esquina está, si estamos atentos, un rincón de la tierra prometida.

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