Hemos visto cómo los medios de
comunicación se hicieron eco la semana pasada del supuesto éxito de Donald
Trump que firmo con Arabia Saudí un contrato de venta de armas de 100.000
millones de dólares para modernizar del ejército de Arabia Saudí -que cuenta
con 227.000 militares- y que fue el cuarto mayor comprador de armas mundial en
2016, con un gasto de 63.700 millones de dólares, según el Instituto
Internacional de Estocolmo para la Investigación por la Paz (SIPRI, en sus
siglas inglesas). La hegemonía de su Fuerza Aérea en el Golfo se basa
precisamente en la superioridad de los F-15 de fabricación estadounidense, que
se va a ver reforzada con la adquisición de 84 F-15 SA, la versión más moderna
del cazabombardero, así como de 150 helicópteros Black Hawk Apache y de
sistemas de misiles.
Un verdadero éxito pacificador del
Presidente de los EE.UU. que, como si de un comercial de las empresas militares
americanas se tratara, realiza su primer viaje al extranjero tras su elección
como Presidente. No sé si lo que debemos hacer todos es una gran manifestación
y llorar amargamente por este tipo de noticias. Porque si bien esto supone una
inyección económica para el desempleo de USA, los equipos bélicos adquiridos no
ceo que vayan a ser expuestos en museos, sino que servirán para segar vidas o, cuando
menos, amenazar que pueden ser segadas con la velocidad supersónica de un F-15.
No quiero caer en afirmaciones
demagógicas con las que nos olvidamos que la situación del Oriente viene
sufriendo en estos últimos años. Somos conscientes que el fanatismo islámico
debe ser frenado y no puede serlo con tirachinas de colores. No me niego a la
necesidad de la solución de los conflictos bélicos que exigen,
desgraciadamente, medios bélicos. Lo que me resisto a valorar como éxito es el
negocio de las armas. Porque se venden, en esta trágica globalización
mercantilista, tanto a los policías como a los ladrones. Algo así como, «mientras yo ande caliente, ríase la gente»,
mientras yo venda armas, mátense la gentes… Eso no es éxito alguno a largo
plazo y, a corto, la evidencia de que la ley del más fuerte sigue siendo
criterio de convivencia mundial.
Como también se nos ha noticiado la
visita de Trump al Vaticano, les adelanto lo que el Papa Francisco nos dijo el
primero de enero de 2017 «En esta ocasión
deseo reflexionar sobre la no violencia como un estilo de política para la paz,
y pido a Dios que se conformen a la no violencia nuestros sentimientos y
valores personales más profundos. (…) Que la caridad y la no violencia guíen el
modo de tratarnos en las relaciones
interpersonales, sociales e internacionales. Cuando las víctimas de la
violencia vencen la tentación de la venganza, se convierten en los
protagonistas más creíbles en los procesos no violentos de construcción de la
paz».
Señor, que escuchen al Papa.
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