Existe un síndrome nervioso caracterizado por
dormir con los ojos abiertos. Se llama «Lagofstalmos
nocturnos». Es muy complicado y difícil porque, en el fondo, dificulta tanto
un buen descanso como la salud de los ojos. Pero existe el síndrome voluntario
e insensible de «vivir despierto con los
ojos cerrados». No sé qué será peor…
En el lenguaje común la expresión «abrir los ojos» significa ayudar a
alguien a hacerle ver una verdad. «Es muy
joven y hay que abrirle los ojos», decimos con intención de ayudar a
alguien a que adquiera la prudencia necesaria para asumir ciertas dificultades
de la vida. Es una expresión que, cuando hace referencia personalmente a quien
la pronuncia puede significar haberse dado cuenta de que algo es distinto de lo
que suponía y asumir las correspondientes medidas preventivas. Estaba confiado,
pero «he abierto los ojos».
Vivir despiertos con los ojos cerrados es una
verdadera desgracia. Pasar de puntillas por la existencia sin profundizar en
nada, sin percibir la verdad de lo que ocurre, sin darnos cuenta de las cosas.
Creer que todo es como aparece en un primer momento o ante una primera mirada.
Hace falta abrir los ojos a la verdad, que suele estar siempre escondida tras
la careta epidérmica del acontecer. Ser capaces de mirar «más allá», de contemplar.
En ocasiones la miopía de la costumbre nos
impide ver incluso nuestros propios errores, nuestros falles. Y, en esas
ocasiones, qué bueno es que alguien nos abra los ojos. Nos impide ver la verdad
los prejuicios que nos hacen ver por anticipado juzgando desde postulados previos.
Nos impide ver la verdad los excesos ideológicos que se cierran al pensamiento
y a la razón, asumiendo que las cosas sólo pueden ser o blancas o negras, sin
matizaciones y justificando lo injustificable. Ante estas cegueras sociales,
ábreme los ojos.
Incluso puede ser que pertenezcamos a ese
grupo de peores ciegos, que no ven porque «no
quieren ver». No hay peor ciego… Renunciar a la búsqueda, a la solución
posible, a salir de la duda, a superar el prejuicio, a vencer la ideologización
en la que nos hemos instalado. Renunciar a la luz sólo porque nos encandila de
luminosidad de la verdad. ¿Encandilados o ciegos? Ante la ceguera de la comodidad,
ábreme los ojos.
En el balcón del edificio de mi identidad
corporal, tras la persiana de mis párpados, están esos dos hermanos gemelos que
me informan de la realidad visible. Detrás, en la sala del fondo de mi cerebro
pensante, el equipo de investigación me informa de lo que habita en las
profundidades de la realidad. Ni balcones vacíos ni mentes dormidas.
Ábreme los ojos.
Comentarios
Publicar un comentario