La Carta de la Semana (03/02/2017): "PERSECUCIÓN Y HUMILLACIÓN"


Ignacio de Loyola fue un español del siglo XVI. Un soldado herido en su juventud. Un inquieto estudiante en la Universidad de París. El fundador de la Compañía de Jesús -los Jesuitas-, institución religiosa que, anciano ya, vio desarrollarse extraordinariamente alcanzando los continentes conocidos en una dinámica evangelizadora posterior a la crisis eclesial que dio origen al Concilio de Trento. Mientras Miguel Ángel pintaba la Capilla Sixtina y Maquiavelo escribía la obra el Príncipe, dedicada a César Borgia, y Juan Sebastián el Cano circunnavegaba con éxito alrededor de la tierra, el fundador de los Jesuitas pedía al Señor: «Dale a la compañía persecución y humillación». Extraña petición si no entendemos las palabras de Jesús en el evangelio de Mateo.

«Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo». (Mt 5, 12)

Ser perseguido, ser humillado, cuando es por causa de la condición de discípulos de Jesús, es una dicha. Causa de alegría y regocijo. Porque toda obra humana será meramente humana si no es una obra que nos ayuda a alcanzar la comunión con Dios, alcanzar el «cielo» -expresión de lenguaje analógico que traduce dicha comunión eterna-. Ignacio de Loyola deseaba que su congregación fuera, no sólo una obra humana para os hombres, que no es poco, sino una obra para la gloria de Dios. Por eso concluía siempre sus escritos con la expresión «ad maiorem dei gloriam».

En la pared del despacho de la Parroquia del Perpetuo Socorro, en Finca España, había un azulejo decorativo con la siguiente leyenda: «Poco bien habrás hecho si no sabes de ingratitudes». Es curioso con qué facilidad se vincula el bien y la ingratitud, la labor de promoción integral de la persona y la persecución, la opción por la defensa del ser humano desde la concepción a su muerte natural con la humillación perseguidora. Como nos recordaba el Maestro en otra ocasión: «¡Ay si todos hablan bien de vosotros!» (Lc 6, 26).

Procuremos hacer las cosas bien. Intentemos hacer siempre el bien en las cosas que hacemos. Que cuanto hagamos tenga las raíces puestas en el Cielo. No nos preocupe si hacer opción por el bien de los demás aparece, a la luz de una inteligencia oscurecida por posturas ideológicas, como contracultural. Para quienes creemos en la verdad del pecado original no hay extrañeza en que el bien de la persona no coincida con la cultura dominante. Procuremos presentar la verdad y el bien de lo humano, aunque paladeemos la persecución y la humillación.

Bienvenido el gozoso y alegre don de la humillación y persecución.

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