La Carta de la Semana (12/01/2017): ¡QUIERO VER EL CEMENTERIO!


La semana pasada murió la madre de un compañero. Extrañas coincidencias enterrar a una madre el día después de la celebración de la Epifanía o de los Reyes Magos. Seguro que no fue el mejor regalo recibido. Los contrastes en nuestra vida son tantas veces dramáticos… Por fuera de la cripta del cementerio me encontré con un viejo amigo de mano de su hija y de su madre. La niña estaba contenta con los muchos regalos que le habían traído los Reyes. Pero lo que me llamó la atención fue la insistencia con la que reclamaba a su padre: «vamos, papi, quiero ver el cementerio…». Los contrastes en nuestra vida. Una niña llena de vida, feliz por sus regalos, quería ver el cementerio… Seguro que para ella, con las pilas de la vida cargadas de energía, morir es tan normal como haber desayunado esta mañana. Porque quienes se mueren son ellos, los otros, los mayores.

Todo cambia cuando no son ellos los que mueren. Cuando eres «tú» quien mueres. Un tú que ubica a la esposa con la que se convivió más de cincuenta años, un tú que identifica a mamá, con quien no era necesario fingir ni guardar muchos secretos. Supongo que será inadecuado que nos encontremos de repente con que sea «yo» quien muera sin haber tenido la ocasión durante la vida de ir conjugando la muerte.

Sin duda, enfermar gravemente o morir es de los contrastes más desgarradores de la vida. Es tan normal como hiriente descubrir que alguien a quien se quería murió. Es lo más seguro de cuanto está por llegar en cada uno de nuestros futuros. Normal y, sin embargo, desgarrador cuando llega. No es un paseo de ida y vuelta. No es una despedida sin más. Es un adiós. Una desaparición del horizonte de nuestra mirada. Un «ya no está» donde normalmente se le encontraba.

La muerte es un parto doloroso. Jesús lloró en dos momentos: ante la tumba de su amigo Lázaro (Jn 11, 35) y envuelto en sudor y sangre en el Huerto de los Olivos (Mt 26, 37). Aquella era la muerte de un «tú», ésta era la cercanía de la muerte del «yo». Y, sin embargo la tristeza y las lágrimas, era la hora en que iba a ser glorificado el Hijo (Jn 17, 1). ¿Puede haber gloria alguna en la muerte? Los contrastes de nuestra existencia…

El tiempo presente y el tiempo futuro se funden en la eternidad. La tristeza se convertirá en alegría. Porque quien lloró por su amigo, quien sintió tristeza y angustia ante su propia muerte, no quedó en el sepulcro como reliquia para la historia. Su vida es la semilla de nuestra esperanza. El testimonio de este acontecimiento es tan potente, que los contrastes dramáticos son reconquistados en glorificadores. Es un regalo la muerte cuando se vive en la esperanza.

No importa si lloras. Las lágrimas se convertirán en gozo.

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