La Carta de la Semana (10/11/2016): "EL CARRO DE LOS HELADOS"


Podemos clausurar el Año de la Misericordia, pero no podemos clausurar la Misericordia. Es imposible clausurarla y, además, del todo inconveniente.

El próximo domingo, a las 17:00 h de la tarde, se clausurará el Jubileo Extraordinario de la Misericordia convocado por el Papa Francisco y que nos ha dado ocasión en el presente año a conocer mejor y experimentar con mayor profundidad esta nota distintiva de la naturaleza divina que es la forma activa y externa del amor. La misericordia tiene rostro y no es un mero sentimiento compasivo, sino una experiencia que se puede percibir en los actos de misericordia que alcanzan la hondura de cualquier decisión humana. Se puede ser o no ser misericordioso. Y la diferencia es fruto de una decisión.

¿Qué queda tras un Año Jubilar como éste? ¿Qué huella histórica se mantendrá permanentemente entre nosotros? ¿Será el mero recuerdo de una iniciativa pontificia o será una cicatriz de bondad, un tatuaje de misericordia marcando nuestra identidad y provocando que seamos un poco más imágenes de la divinidad? No puede quedarse en los memoriales y documentos de historia, sino que ha de atravesar la realidad humana de cada uno de nosotros sosteniéndonos en la decisión de revestir nuestra realidad como hombres y mujeres misericordiosos.

La semana pasada les comenté aquel cuento que narraba la jubilación del diablo y la venta de sus herramientas de trabajo. La más gastada era la desesperanza. Pues permítanme que les recuerde, que frente a su taller el “hijo del carpintero” puesto un carrito de helados -los vende muy baratos- con sabor a misericordia. Son muy sabrosos y a la vez un antídoto extraordinario para el terrible calor que produce la fachada del mencionado taller. Los hay de diferentes sabores y hasta de variedad de colores. Cuando se toma no sólo se refresca la vida de quien lo toma, sino su alrededor. Nos refrescan corporal y espiritualmente: Visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, visitar a los presos o enterrar a los difuntos. También enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar al que nos ofende, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, y rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.

Acabará el Jubileo, pero no puede acabar la misericordia…

Comentarios

  1. Excelente y muy apropiada carta, D. Juan Pedro; con esa claridad y sencillez que le caracteriza: "Acabará el Jubileo, pero no puede acabar la misericordia…". Que Dios le guarde. Un fuerte abrazo.

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